Hola,
Como no he tenido mucho tiempo para escribirte, aquí está una parte de la historia; la otra te la enviaré la semana que viene. He estado trabajando hasta las 19:00-20:00 estos días y termino bastante cansado. Espero que esta historia te distraiga un poco y sea de tu agrado. Te recomiendo que destruyas el sobre y guardes el remitente, perdón, rompas el remitente, por si acaso, y conserves la historia. ¡Buena suerte!
Saludos,
Antonio
Querido Andrés,
La verdad, no sé cómo empezar a contarte estas cosas, pues siento miedo de que, al empezar a leer, te aburras y tires la carta. Aún así, voy a correr el riesgo. Por falta de tiempo, y para que no te canses con la historia, te enviaré dos o tres cartas contando todo. Si necesitas que aclare algún detalle, envíame un correo diciéndome cuál es y con gusto lo solucionaré en la siguiente carta.
Bien, vamos a comenzar a hablar de mi vida. ¡Sí! Es verdad, me gusta el fútbol, no solo verlo, sino también jugarlo, y gracias a él logré tener una relación de 6 años, todos durante el bachillerato. Cuando tenía aproximadamente 13 años, tenía un grave problema de obesidad y luchaba contra la presión de ser uno de los hijos intermedios. Delante de mí estaban los dos hermanos mayores que influenciaban mis decisiones pero respetaban mis espacios, y detrás, el menor, que generaba mis envidias y acumulaba mis odios. Trataré de no ser tan literario en mis expresiones y seré más directo.
Una de las grandes frustraciones de mi papá era nunca haber podido ser un jugador profesional de fútbol, pero, aunque Dios no le dio eso, sí le dio 4 hijos varones. Mis hermanos mayores nunca fueron muy condescendientes con él; por el contrario, lo fastidiaban porque siempre le llevaban la contraria. Así que solo quedábamos los dos menores; él comenzó una fuerte campaña para que cultiváramos el gusto por el fútbol. La única víctima fui yo, pues el menor fue protegido por el cálido abrazo de mi mamá. Al no poder decirle que no a mi papá, en apenas una semana me vi incluido en una escuela de fútbol, con dos veces mi peso y la capacidad de chillar por todo. Fueron los días y meses más difíciles de mi vida; correr era imposible, pegarle al balón una utopía, sumado a eso, la burla de parte de los otros compañeros no se hacía esperar. La primera semana fue la más complicada porque hubo momentos en que la exigencia del entrenador era dura, y la verdad, yo no podía; a veces me acostaba en el pasto y no me levantaba, esperando a que alguien de casa viniera a recogerme. El entrenador solo le decía a mi papá que él no podía obligarme, que mejor me sacara, y que además lloraba mucho.
En los siguientes días, me encargaba de recoger los petos y organizar los balones en las mochilas, y además ayudaba a llevar la lista de los jugadores.
En la cuarta semana, es decir, después de un mes, apareció Pablo César. Déjame contarte quién era él: un compañero del mismo colegio y del mismo salón, en la escuela de fútbol éramos los únicos de esa institución educativa. Pablo se sorprendió de verme allí, pues en el colegio nadie se imaginaba que yo estaba jugando fútbol; además, en las horas de descanso se armaban los partidos y obviamente yo era solo espectador. En ese momento, ni hombres ni mujeres me causaban excitación alguna, solo me interesaba comer y dormir. Pablo sí jugaba fútbol, tenía el aspecto físico de un jugador de su edad, la misma que yo tenía; además, los domingos jugaba en el barrio y en el colegio entre semana. No sé qué vio Pablo en mí, de lo que estoy seguro es que no fue mi simpatía. De todas maneras, el loco se percató de mi situación en la escuela, y mucho tiempo más adelante vino a confesarme que eso le había molestado demasiado. Pablo se acerca una tarde de sábado —lo recuerdo muy bien— y me dice por qué me dejo montar de esos manes, a lo que respondí que no me importaba. Pablo argumentaba entonces que estaba haciendo quedar mal al colegio y que no iba a permitir eso. Entonces me dice que cuando terminaran los entrenamientos me quedara con él una hora más para hacer prácticas. Así se planeó; esperábamos que todos se fueran, lo cual ocurría siempre con rapidez, pues la mayoría estudiábamos en la jornada de la tarde, que comenzaba a las 12:30 y terminaba a las 18:10, los entrenamientos eran de 8 a 10, y yo me quedaba con él hasta las 11. Apenas teníamos tiempo de ir a casa y cambiarnos, afortunadamente estas quedaban cerca del colegio. Sin embargo, a veces ni alcanzábamos a almorzar, o llegábamos muy tarde y perdiéramos la primera hora en la biblioteca, pero no ocurría tan seguido, por eso nunca levantábamos sospechas en nuestros padres.
Cuando uno está en la edad de los 13 años, cerca de los 14 como me ocurrió, pues estos eventos se iniciaron en el mes de septiembre, cuando cumplía años, los cambios físicos debido a la etapa de crecimiento por la que se pasa surten efecto. En menos de tres meses y antes de terminar el año, perdí el peso sobrante, gané estatura y masa muscular, todo gracias a esas horas de trote y diversión, ya que eso era lo que hacíamos con ese loco, divertirnos. Debo decir que frente a los argumentos de Pablo y por la confianza que él me generaba al verlo en el salón accedía a jugar. De cualquier forma, fue un poco difícil ocultarlo ante el entrenador; un día le dijo a Pablo que no tenía por qué hacer esas cosas, que eso le tocaba a él. Bueno, el caso es que solo lo dijo, porque al final no pasó nada.
Para el mes de diciembre ya jugaba, le pegaba bien al balón, sabía saltar al cabezazo, corría más, metía el cuerpo más, en fin… Lo que pasó fue que el entrenador me dejó jugar un partido y con una sola vez que jugué, y sin ser egocéntrico, me dejó de titular como volante de recuperación. El siguiente año, después de solo dos semanas de vacaciones, inicié nuevas clases con nuevos amigos, con un nuevo aspecto y con 14 años, pero sobre todo con uno de mis mejores amigos al lado, Pablo César. Las cosas mejoraron en esos meses; por un lado, mi papá no se cambiaba por nadie, porque cada vez que iba a la cancha, el entrenador le hablaba maravillas de mí, y por otro lado, era el capitán del equipo, lo cual me merecía respeto. En el colegio un día armaron un partido y llamaron a Pablo a jugar; entonces, el loco me señaló a mí porque faltaba uno para completar, y sin hablarle mierda, entre los dos les dimos la atendida; desde entonces, los manes no se volvieron a meter conmigo, aunque eso también me lo gané con una que otra pelea por ahí.
El caso es que Pablo y yo nos hicimos los mejores amigos; cuando teníamos partido, que normalmente eran los domingos, él se quedaba en mi casa, o yo en la suya, dependiendo de cómo cuadraran doña Amparo y mi mamá para llevarnos a los encuentros, pues la mayoría quedaban lejos y paila, a mí me daba miedo. Ellas se turnaban un domingo sí y otro no, así pasó hasta cuando cumplimos los 16 más o menos. Como al principio, Pablo llegaba por su cuenta y yo por la mía, mi mamá y doña Amparo se hicieron amigas y después con los años eran las mejores amigas. A todas estas, yo sí creo que doña Amparo y mi mamá, sobre todo cuando ya estábamos grandecitos, sospechaban algo, y con todo lo que nosotros, aparte de jugar fútbol, hasta novias tuvimos, aunque no por mucho tiempo.
Pablo era mayor que yo por tres meses, pero yo era más alto que él, 1,68 en ese momento con 14 años y él de 1,65. Los dos pensábamos casi lo mismo, los dos teníamos el pelo corto, él era más trigueño que yo, pues nació en Cali, tierra un poco cálida, su pelo era color castaño. Nos gustaban las mismas cosas: ver televisión, escuchar rock, comer helado, etc., y no te miento, andábamos para arriba y para abajo los dos, qué paila, ya como que los manes comenzaban a sospechar. Pablo se quedaba en mi casa los fines de semana y jugábamos PlayStation o veíamos los partidos atrasados, pero lo que más hacíamos era ver partidos. Teníamos solo dos amigos en común, uno de ellos ya murió y con el otro hablamos de vez en cuando. Los dos supieron de lo nuestro y nos aceptaron y apoyaron; andábamos los cuatro, jugábamos ping pong, billar, íbamos al cine, en fin… una amistad bien bacana.
La verdad nunca me imaginé que Pablo estuviera interesado en mí; yo sí había, después de tanto salir y compartir con él, empezado a sentir cositas y como que me gustaba, pero con mi papá bien machista y con mis hermanos ni se diga, me tocaba hacerme la idea de que se me pasaría, pero eso no es tan fácil. Bueno, Pablo no se insinuaba para nada, pero ante los demás hablaba bien de mí, me defendía y hasta peleaba, cosa que me parecía normal, pues yo también lo hacía, aunque para mí había motivos, pues como que me gustaba, pero él hasta este momento no sé por qué lo hacía. Lo que vino más adelante fue más bacano, eso te lo cuento en la otra carta.
Atentamente,Antonio