El cuerpo en riesgo: sociedad, sexualidad y gestión de la vulnerabilidad
Por Oleg Proroni, Editor
¿Qué significa decir que un cuerpo está en riesgo? La palabra riesgo parece remitir de inmediato a la amenaza, al peligro, a la posibilidad de perder algo. Sin embargo, cuando hablamos del cuerpo, el riesgo es inseparable de la experiencia misma de estar vivos. Respirar aire contaminado, atravesar una calle, entregar la piel a otro en un abrazo o en un encuentro sexual: cada gesto es ya una exposición. Vivir es exponerse, y en esa exposición aparece el riesgo.
Definición y alcance del “riesgo corporal”
El riesgo corporal puede pensarse en al menos dos registros: 1. Biológico, como la posibilidad de enfermedad, infección, accidente o deterioro físico. 2. Social y político, como la exposición a discriminación, violencia o exclusión.
Pero el riesgo no es solo una categoría técnica. Es también una experiencia: se siente en la piel, en la tensión de los músculos, en el pulso acelerado. Para algunos, el riesgo es algo a evitar; para otros, es un territorio deseado, un estímulo vital.
El riesgo se ha presentado históricamente como amenaza. El miedo —al contagio, al castigo, al rechazo— ha sido uno de los mecanismos más efectivos de control social. La Iglesia, el Estado y la medicina han regulado los cuerpos a través de discursos sobre el peligro: sexo fuera del matrimonio, prácticas homosexuales, consumo de drogas, promiscuidad.
Sin embargo, el riesgo no es solo aquello de lo que hay que huir. También puede convertirse en un espacio de deseo y de comunidad. En la experiencia gay, esta ambivalencia ha sido especialmente marcada.
- Los espacios clandestinos: durante gran parte del siglo XX, el encuentro homosexual ocurría en parques, baños públicos, bares ocultos. Lugares donde el peligro de ser descubierto, detenido o agredido era inseparable de la excitación misma del encuentro. El riesgo era parte constitutiva del deseo.
- El VIH/SIDA: a partir de los años 80, el sexo gay quedó fuertemente atravesado por el discurso del riesgo. El miedo al contagio convivía con la necesidad del contacto, y de esa tensión surgieron nuevas formas de intimidad, negociación y solidaridad. La llamada “epidemia de sida” no solo instaló la idea del cuerpo gay como “cuerpo en riesgo”, también impulsó una política del cuidado colectivo.
- Bareback y erotización del riesgo: en los 2000 emergió con fuerza un imaginario sexual que invierte la lógica de la prevención: el sexo sin preservativo (bareback) se convirtió para algunos en un símbolo de confianza extrema, transgresión y placer intensificado. Aquí el riesgo no se niega: se erotiza.
- Prácticas BDSM, chemsex y cultura del exceso: la comunidad gay también ha explorado espacios donde la exposición y el límite forman parte del juego. El dolor, la intoxicación, la resistencia física y emocional se convierten en lenguajes de placer, donde el riesgo es cuidadosamente negociado pero nunca eliminado.
En todos estos ejemplos, lo que aparece es un riesgo elegido: una manera de desafiar la norma, de construir comunidad en torno a lo prohibido y de experimentar el cuerpo como un territorio de intensidad. Frente al riesgo impuesto (la violencia homofóbica, la estigmatización, la enfermedad), se erigen riesgos asumidos voluntariamente, como una forma de agencia y de afirmación identitaria.
El riesgo, entonces, no es solo amenaza; puede ser también una fuente de potencia y de deseo colectivo. En la comunidad gay, ha funcionado como espejo de sus vulnerabilidades, pero también como laboratorio de nuevas formas de placer, resistencia y cuidado.
En la cultura contemporánea, el cuerpo se vive como un proyecto en permanente gestión. La promesa del “riesgo cero” organiza prácticas de autocuidado, vigilancia tecnológica e industria de la prevención. Pero esta lógica, que parece universal, tiene particular resonancia en la comunidad gay, donde el cuerpo ha sido históricamente patologizado, estigmatizado y al mismo tiempo convertido en un ícono de resistencia y deseo.
Del miedo al VIH al control biomédico: en los años 80 y 90, el cuerpo gay fue construido socialmente como un “cuerpo en riesgo” por excelencia. Hoy, las tecnologías biomédicas como la PrEP (profilaxis preexposición) o la PEP (profilaxis postexposición) transformaron radicalmente la gestión del riesgo sexual. Lo que antes era solo prohibición o miedo, se convierte ahora en un régimen de control farmacológico. Para muchos, la PrEP encarna una forma de liberación sexual; para otros, es una medicalización que convierte el deseo en objeto de vigilancia.
Apps de ligue y algoritmos de compatibilidad: Grindr, Scruff o Tinder no solo conectan cuerpos; también clasifican, filtran y regulan. La gestión del riesgo pasa por la visibilidad de estados de salud (“HIV negative”, “on PrEP”, “undetectable”), por la geolocalización que expone y a la vez protege, por algoritmos que deciden a quién vemos y quién nos ve. Aquí, el riesgo es administrado digitalmente, inscrito en el lenguaje de los perfiles y los filtros.
Cultura del cuerpo y estandarización estética: la obsesión con el fitness, el gym, la dieta y la juventud eterna se entrelaza con el deseo de minimizar riesgos biológicos (enfermedad, envejecimiento) y sociales (rechazo, invisibilidad). El cuerpo gay se presenta a menudo como un cuerpo vigilado: medido en calorías, músculos, porcentaje de grasa, en constante exposición a la mirada de los otros. El riesgo de no encajar estéticamente puede ser tan poderoso como el riesgo físico.
Chemsex y control del exceso: las prácticas de chemsex revelan otra dimensión: la búsqueda de placer en contextos que implican intoxicación, resistencia física y exposición. Aquí la gestión del riesgo aparece en forma de kits de reducción de daños, acuerdos explícitos, chequeos regulares. El riesgo no desaparece, pero se administra colectivamente.
En este escenario, el cuerpo gay se encuentra en la intersección de dos fuerzas: por un lado, la presión social y médica hacia la optimización y el control; por otro, la persistencia del riesgo como lenguaje de deseo y comunidad. La gestión del riesgo no elimina la vulnerabilidad, sino que la reconfigura: de amenaza mortal a cálculo biomédico, de clandestinidad peligrosa a visibilidad digital.
Lo que emerge es un cuerpo que ya no puede pensarse fuera de sistemas de gestión: farmacéuticos, tecnológicos, estéticos. Pero en esa gestión también late una resistencia: la capacidad de transformar el riesgo en potencia, de reinventar formas de placer y de cuidado que no se reducen a la lógica de la prevención absoluta.
El cuerpo nunca está libre de riesgo. No hay existencia sin vulnerabilidad, sin exposición, sin posibilidad de daño. Pero tampoco hay vida plena sin la apertura a ese borde que nos recuerda que somos finitos. El riesgo es ambivalente: puede ser una amenaza que oprime, pero también una potencia que nos impulsa a explorar, a transformarnos, a intensificar nuestra relación con el mundo y con los otros.
Con este texto abrimos un nuevo espacio: Ritvals of Pleasure, un lugar para pensar, sentir y discutir cómo el riesgo atraviesa nuestros cuerpos, nuestros placeres y nuestras comunidades. Queremos que no sea solo un archivo de ideas, sino un territorio compartido.
Por eso la invitación es clara: comparte tus experiencias. ¿Cómo vives el riesgo en tu cuerpo y en tu deseo? ¿Qué prácticas, miedos o rituales han marcado tu relación con la vulnerabilidad y el placer? Tus relatos no solo enriquecerán este espacio, sino que también contribuirán a construir una memoria colectiva de lo que significa estar vivos, expuestos y deseantes en este tiempo.