Septiembre Amarillo: reflexiones personales sobre suicidio y salud mental
Escrito por Eduardo Araújo Silva / DUDX
Existe un aura densa sobre nuestras cabezas, un olor a muerte que no cesa. Cuando parece que las cosas encuentran un nuevo lugar, el vacío aparece, borra el contorno de la presencia de alguien, una persona más que se ha ido — muchas veces, antes de tiempo.
“Los amo
Solo estoy defendiendo algo que es para siempre
Y nunca más vuelve
Ahí viene la muerte
Olor a dolor
El cielo es fuerte
Yo también lo soy
Ahí viene la muerte
Olor a dolor.»
Fragmento de Lá vem a morte, de la banda Boogaris
Me acostumbré a la visita frecuente de la muerte, pero ella no deja de lastimarme. Todo comenzó el Día de la Madre de 1998. Me avisaron que ella y mi abuela habían ido al entierro de mi tía abuela Edinaura, que murió prematuramente por complicaciones de leptospirosis.
Después de ella, recuerdo que a lo largo de mis 35 años se fueron Marcel, Nelson, Fúcsia, Claudinho y Thiago — mis amigos, mis amores, cuyas vidas fueron interrumpidas demasiado pronto. Y yo, hoy, después de cuatro intentos fallidos, me pregunto cómo conseguí llevar adelante mi propia vida y cómo, después de haber aceptado el fracaso en el suicidio, puedo transmitir un poco de alegría a quienes están a mi alrededor.

Mi cumpleaños siempre fue algo difícil para mí. Hace algunos años entendí que la posibilidad de un cierto tipo de fracaso, la ausencia de amigos en la celebración o simplemente que nada salga como planeé, son los motivos aparentes de esa sensación. No sé cómo voy a reaccionar. Pero este año, justo antes de mi cumpleaños, mi mejor amigo se arrojó desde el piso 40 de un edificio en el centro de São Paulo.
No fue nada fácil de comprender, pero con el tiempo algunas cosas se vuelven menos dolorosas y más analíticas, no sobre quién se fue, sino sobre quién quedó: en este caso, yo.
Mi mundo cambió: mi rutina, mis sentimientos, mi manera de ver la vida sufrió un desplazamiento de retina, y ahora no sé volver a cómo era antes, ni sé si quiero. Sentí tanto dolor que pensé que no lo soportaría. Y por eso he reflexionado sobre la importancia de celebrar realmente mi existencia cada año, con personas que se preocupan por mí, que comparten la vida conmigo. Porque es muy difícil lograr creer y vivir (no solo sobrevivir) en este mundo. La vida no es fácil.
Si tantos amigos no resistieron, obviamente tuve miedo de no resistir yo también. No solo yo, sino también mi madre, que me sostuvo y sufrió mucho junto a mí, al verme triste. Muchas lágrimas cayeron. El duelo es uno de los sentimientos más densos y complejos que pude experimentar. Tal vez sea ver que el contorno de alguien ya no existe en el mundo y cómo las personas siguen con sus vidas, lo que al principio duele tanto.
Pero seguimos adelante por la fuerza misma del mundo al girar. Entonces nos queda aceptar y salir a producir sentido, intentando hacer que nuestra existencia y la memoria de quienes partieron valgan la pena, o quedarnos abatidos, tristes en un rincón. Lo que necesitamos en esa etapa es, realmente, fuerza.
El silencio necesita espacio. Algunas cosas están ahí, guardadas en el cerrar de la boca, en el escuchar y observar. Estuve contemplando mucho tiempo para que ahora, al volver a compartir, hable sobre mis caminos de autoconocimiento.
Empecé entonces a hablar con amigos y con mi terapeuta sobre la muerte en sí, sin miedos, sin rodeos. Tanto sobre la figura ficticia que carga una guadaña, como si tomara una visión antropocena — como en la serie Sandman —, pero también como un rito de paso, una manifestación propia de la vida. Y entendí, o escuché de alguien, que
hablar de la muerte es una forma de alejarla.
No sé de dónde saqué esta idea, pero me ha funcionado. He pensado en la ausencia y en cómo podemos conocer detalles de alguien que falleció justamente por el espacio que dejó allí, por las conexiones entre personas que se acercaron debido al impacto de ese ser humano. Y también he notado que este tema atravesó mis últimos seis meses, hasta llegar ahora a septiembre, el Septiembre Amarillo, el mes dedicado a la salud mental y a la prevención del suicidio.
Ahora es el momento en que debemos hablar de esto. Entiendo que la sociedad puede empujar a alguien al suicidio, que quitarse la propia vida es una búsqueda de alivio para un dolor afectivo y que no está disociada de lo colectivo. Hoy el suicidio mata más que la guerra, más que el SIDA, siendo una de las principales (si no la principal) causas de muerte entre jóvenes de 14 a 29 años.
La depresión es algo que vivo y que estoy tratando, pero como alguien que ya perdió a muchos y que ya intentó quitarse la vida, puedo compartir algunas cuestiones sobre cómo ayudar a alguien que esté pensando en eso.
Mis palabras no se doblan al asumir que sí: perder a todos esos amigos en los últimos años me dejó asustado, con miedo, en un proceso depresivo más intenso, después de años lejos del tratamiento. Siempre prioricé cuidar los proyectos colectivos, pero es interesante percibir que me aislé y que intenté al máximo mantenerme distante de vivir en sociedad, como si fuera una forma de hacer que el mundo se detuviera para mí. El cuidado que traté de sostener fue una red fuerte de pocos amigos en quienes sé que puedo confiar y que no estaban tan frágiles como yo.
Mi terapeuta, algunos libros y series fueron mi refugio. Pero a quien debo mi sanación en este momento es a la escritura. Volver a escribir, así como dibujar, me dio fuerza para percibir colores, alegrías y sensaciones que me alejaron de la melancolía tan fuerte del duelo. Viajar y salir un poco del mismo ambiente en el que estaba acostumbrado, aunque solo fueran unos días, también fue fundamental para entender la división del tiempo, y que al volver podría comenzar o recomenzar algo.
Esa sensación me ayudó a no martirizarme con pensamientos intrusivos del tipo “ah, si yo hubiera hecho algo”. Una de las peores cosas que podemos pensar es eso, porque nos deja impotentes y con la idea de que existe una realidad paralela donde aquello no sucedió. Pero no la hay. Lo que sí existe es la posibilidad de seguir adelante y sentir que ahora hay un pedazo de ti que se fue, y que quien murió también dejó un pedazo contigo. No siempre encaja como queremos, pero tal vez con el tiempo aprendamos a ser una gran colcha de retazos formada por las partes de quienes amamos.
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