POV: naciste sudaka

POV: naciste sudaka

por Andrés Nieto

Nacer sudaka es cargar con un nombre que nunca fue elegido, pero que se impone como marca y destino. Es ser leído desde fuera como otredad, como diferencia incómoda, como alguien que siempre llega desde el margen. La palabra arrastra siglos de jerarquías coloniales, de clasificaciones raciales, de fronteras que se vuelven muros visibles e invisibles.

Ser sudaka significa habitar territorios donde la vida está atravesada por la desigualdad estructural: gobiernos que parecen diseñados para sostener la precariedad, trabajos que rara vez se convierten en proyectos de vida, sistemas educativos que prometen movilidad pero que repiten el círculo de la frustración. Es crecer dentro de una narrativa social rígida: colegio, universidad, trabajo, casa, familia. Un itinerario que se presenta como la única opción, pero que en la práctica resulta inalcanzable o insuficiente para quienes no encajan en el molde.

En lo sudaka se condensan múltiples contradicciones: el orgullo y la vergüenza, la fuerza de la comunidad y el peso de la exclusión, la creatividad como herramienta de resistencia y la vulnerabilidad como condición permanente. No se trata solo de un pasaporte que genera sospecha en aeropuertos o embajadas, sino de una posición histórica marcada por la dependencia económica, las violencias políticas y la mirada de un mundo que siempre exige justificar la existencia.

El sueño lineal de progreso —ese que promete estabilidad, familia y pertenencia— se quiebra frente a la realidad. Los “éxitos” impuestos no alcanzan a sostener el deseo ni la felicidad. Así, la identidad sudaka se convierte en un campo de batalla entre lo que se espera y lo que se resiste a ser. Entre el mandato de normalización y la búsqueda de una vida más plena, más libre, menos controlada.

Nacer sudaka, entonces, no es solo heredar una herida: es también llevar dentro una potencia. Una capacidad de reír en medio del desastre, de inventar comunidad en la escasez, de transformar la precariedad en estética y en política. Lo sudaka no se agota en la carencia; se multiplica en la forma de crear mundos alternativos, de imaginar futuros que rompen con el guion heredado.

La marca que parecía condena se convierte en afirmación: un estar-en-el-mundo distinto, que no pide permiso para existir. Ser sudaka es recordar que la vida se justifica no solo en la lucha, sino también en la belleza, en la capacidad de gozar, en la felicidad que se abre paso incluso en medio de la ruina.